sábado, 12 de diciembre de 2020

Barris de Gramenet, la pandemia y las miserias


 Diciembre del 2020. Hace demasiado tiempo que no me doy una vuelta por las calles periféricas de Gramenet. El mundo pandèmico que nos rodea, sus miedos, prohibiciones, y todo el abandono de los gobernantes nos ha tenido recluidos en nuestro entorno de manera egoista e individualista . Quiero romper toda esa miseria humana y  me decido  a  caminar por sus calles. Lo primero que percibo son  los cambios que han sufrido en los últimos años. Apenas si ya existe el bullicioso y animado comercio, creado con la llegada de las primeras olas de inmigrantes peninsulares, en la década de los años sesenta del siglo pasado. Los letreros de las persianas bajadas aún recuerdan los rentables negocios familiares que surgieron como hongos: carnicerias,fruterias, pescaderias, electrodomésticos, muebles, barberías y peluquerías, reparación de radio tv, fontanerías , academias de corte y confección, sastrerías, ropa de niños, moda joven, joyerías , ferreterias,..... Había desaparecido casi toda la rica actividad comercial de antaño. También me llama la atención   la soledad de sus plazas, aquellas que habían servido  para que las niñas y los niños liberaran sus inacabables energías, practicando juegos heredados de sus antepasados , antes de que los encerraran  en las estrechas viviendas de 60 metros cuadrados. Ahora solo quedan abiertos los viejos bares, regidos por nuevos emigrantes asiáticos , y que aún mantienen los viejos  nombres de ciudades o regiones andaluzas, extremeñas o gallegas, dependiendo del origen de sus primeros propietarios. Observo que el peso de los años ha empobrecido las fachadas de bastantes  bloques de viviendas.

De vez en cuando me cruzo con alguna persona conocida. También ellas han cambiado de aspecto,me han parecido que iban desaliñadas y descuidadas. Pienso que es como consecuencia de las exiguas pensiones que perciben y a la carestía de la vida. Muchas de ellas  no han podido soportar el cambio de la peseta al euro. -Antes un kilogramo de patatas costaba 13 pesetas, ahora 2 euros, 322 pesetas- me dice con rabia la señora  Josefa, que pasa los ochenta y cinco y era amiga de mi fallecida madre. 

Me llama la atención la larga cola de personas formada en la administración de la lotería, se acerca Navidad y el 22 se celebra el famoso sorteo. Ningún año anterior  las vi tan abarrotadas, la mayoría de compradores son pensionistas. 

Reconozco en la cola  al señor Josép, antiguo propietario de una polleria del barrio. 

-Bon dia Josep ¿ con toda esta cola deben regalar algo? - lo provoco de forma jocosa. 

- Mira amigo nunca creí en esto de la lotería -me responde Josep seriamente. - Siempre deposité en el esfuerzo personal el futuro de mi familia y el mío propio . Pero quiero ayudar a mis dos hijas a salir de la difícil situación por la que están atravesando, por culpa de la Pandemia y quiero adquirir un par de décimos a ver si por mil demonios  cae la suerte - intenta Josep justificar su compra de lotería . 

Me despido y le deseo suerte a Josep. 

Transcurridas dos  horas pateando el barrio, y un poco fatigado, me encamino hacia la parada del B30, autobús que me transportará al meu barri de Serra de Marina. El B30 va semivacío , lo que me posibilita coger un buen asiento en la parte trasera del mismo. Ojeo el móvil y quedo aturdido de las múltiples imágenes que no cesan de entrar: "Incedio en una nave industrial de Badalona donde malvivían más de 200 personas". 

Y enseguida me pongo fatalista. Una rabia interior me anula todo razocinio y me pongo a hablar solo en voz alta, maldiciendo la cobardia y la falta de solidaridad de los que nos gobiernan. 

-¿Le sucede algo, señor? - me interroga la conductora del B30. 

-Cuando usted escuche las noticias conocerá lo que me pasa- dije en voz alta. 



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