martes, 10 de marzo de 2015

La pelea

El abuelo
Capitulo primero: La pelea





Aquel día, 20 de Noviembre de 1959, volvía a casa con el ojo rojo-morado. Eran las consecuencias de la pelea en el patio de la escuela con Vicente,el hijo de doña Pilar. Y en el largo trayecto que separaba mi casa de la escuela,para evitar preguntas de las personas con las que me cruzaba, fui disimulando mi moratón de ojo con la bufanda que recien me hizo la abuela Lola.
Conseguido el primer objetivo de evitar las preguntas embarazosas de vecinos y amigos sobre mi anomalía ocular, me quedaba la inevitable obligación de dar las explicaciones correspondientes en la casa familiar. Para tejer una coartada creible y así evitar las serias reprimendas de Caty,mi madre, tenía solo 20 minutos, los que separaban  la puerta de la escuela hasta el barrio de las casas nuevas donde viviamos mis padres y abuelos maternos.

Caty, mi madre, me había repetido hasta la saciedad que evitara las peleas en la escuela, pero sobre todo hacía hincapie de que jamás lo hiciera con los hijos de los señoritos del pueblo. Y siempre me sentenciaba -: Nunca te pelees con nadie, pero con los señoritingos menos; porque pueden cabrearse y tomar represalias con tu padre negándole el jornal en la viña.

Lo tenía muy mal para engañar a mi madre, inevitablemente acabaría contándole la verdad. Por otro lado si Vicente,el hijo de doña Pilar, les iba con el cuento de que Fernando,el nieto del carbonero, había sido el que le había partido el labio y desmontado dos dientes, de nada serviría mis cuentos de despiste.
Me quedaba un centenar de metros para llegar a casa, la cabeza me iba a estallar y aún no había encontrado la respuesta que me salvara de algo más que de una reprimenda. ¿De que me servia ser el primero de la clase si no era capaz de salir de este atolladero?. Mil veces mil me arrepentí de haber caído en la provocación del señoritingo Vicente, el hijo de doña Pilar. Debí girar la  cabeza cuando me llamó rojo de mierda delante de los demás compañeros de clase.  ¿Porqué diantres no supe mandarlo a tomar aire fresco, en lugar de golpearle con el puño cerrado en la boca primero y en su barriga gorda después? .

Mientras doblaba la ultima esquina, antes de coger la acera  del barrio de las casas nuevas camino de mi casa, todavía seguía sin explicarme el porqué Vicente, el hijo de doña Pilar me había llamaba rojo de mierda aquel 20 de Noviembre. Decenas de veces nos habíamos intercambiado insultos, sobre todo cuando no aceptábamos perder en los juegos que practicábamos en el patio de la escuela y nos acusábamos de realizar  trampas ; todo acababa dándonos algún que otro empujón  y marchando cada uno por otro sitio, pero jamás llegábamos a las manos.

A Caty, mi madre, alguna vecina ya le debió advertí de que su hijo Fernandito regresaba de la escuela con un ojo amoratado, ya que llevaba rato esperándome en el quicio de la puerta de nuestra casa.

Mientras mi madre retiraba de mi  ojo inflamado la bufanda que me regaló la abuela Lola, para observar el alcance real de la herida que me provocó Vicente, el hijo de doña Pilar, ella murmullaba miles de palabras con los labios cerrados, que me era imposible descifrar, pero que en mi imaginación sabía lo que podían significar.

Cuando Caty, mi madre, analizó la herida y dedujo que no perdería mi ojo derecho, enseguida comprendí que llegaba el momento de la verdad: Tendría que decirle quien me había puesto el ojo a la virulé y los motivos por los cuales llevaba cinco peleas en cinco días .     
Aguanté el primer interrogatorio de mi madre sin decir ni mu durante tres eternos  minutos , porque sabía que en cuanto dijera que la pelea había sido contra Vicente, el hijo de doña Pilar, y que además le había roto el labio y dos dientes; los gritos de mi madre se escucharían en el cerro de San Cristobal .

  Caty,mi madre, como no conseguía hacerme hablar y yo mantenía la cabeza gacha como si observara las punteras de mis sandalias, enderezó de forma brusca mi cuello, al instante que clavó sus ojos en el mío sano y me amenazó - :¡ O me  dices quien te ha hecho este chichón en el ojo, o te encierro en el cuarto de las ratas una semana!.
El cuarto de las ratas o era la habitación abuhardillada donde iban a parar todos los trastos viejos que mi padre se negaba quemar para las fiestas de las candelaria. Mis otros tres hermanos y yo jamás habíamos traspasado su puerta de entrada, Debido a que por las noches se escuchaban ruidos muy raros. Mi abuelo Frasco decía  -creo que para asustarnos cuando no le hacíamos caso-, que allí arriba en la habitación de los trastos estaban los espíritus de nuestros antepasados. Y siempre nos decía que si éramos malos niños esos espíritus bajarían y nos llevarían con ellos.

Con el miedo  metido en el cuerpo, por la amenaza de mi madre de encerrarme en el cuarto de las ratas, al que yo le tenía pánico, no tuve más remedio que  empezar a balbucear alguna palabra. Comencé a decirle que la herida del ojo me la hice con  una  rama rota  de la moreda que hay en el patio de la escuela, cuando corríamos al derredor de ella. –¡Mentira!- , me gritaba madre. –O me dices la verdad o te llevo para arriba y, encima, te aumento el castigo: Haré trizas  la pelota del futbol.

No podía resistir más, o le contaba la verdad; o mi madre me seguiría aumentando el número de castigos.

-Madre te contaré la verdad si me quitas todos los castigos ¿vale?-le rogué  -.- Quiero que sepas que  esta mañana he peleado en el patio de la escuela con Vicente, el hijo de doña Pilar;  porque me llamó rojo delante de todos los niños, y era la quinta vez que me lo llamaba. Y no solo eso madre, sino que también  vociferó que el abuelo Frasco estuvo en la cárcel por rojo y que si no lo mataron fue porque su abuelo, don Eduardo, como era falangista le salvó la vida. Por eso me he liado a puñetazos con él, Y quiero que sepas que le partí el labio y le he echado abajo un par de dientes. Y si no te he dicho antes la verdad es porque sé que mi acción no traerá nada bueno para padre, ni tampoco para el abuelo Frasco. Perdóname madre, te prometo que no lo volveré a pelearme con nadie, nunca más, y menos con Vicente el hijo de doña Pilar. –-Todo eso le confesé a mi madre entre gemidos y lagrimones que se me filtraban por las fisuras de los labios.

Mi madre, en contra de  lo que yo esperaba, dejó de mirarme como a un niño malo y me abrazó fuertemente. Reposó, fuertemente, mi cabeza en su pecho, lo que me permitió oir los latidos de su corazón; limpios y más rápidos de lo normal. Sonaban como los míos; cuando finalizaba la apuesta con  mi amigo Pedrin, por  ver quien llegaba antes al portal de la casa de Fernando, que vivía al final de la calle.

Mi madre no pronunció ninguna palabra; ni para levantarme los castigos puestos ,ni para recriminarme que  le hubiera roto  la boca a Vicente, el hijo de doña Pilar. Se puso triste, demasiado, y solo pude escuchar a medias las siguientes palabras: Esta gentuza ..¿cuando nos dejaran en paz ¿.


Desconcertado por el cambio de actitud de mi madre, me adentré al fondo de largo patio de la casa, donde estaba la higuera .  Me senté en el columpio de soga que nuestro padre nos hizo a los  tres hermanos y el cual pendía de una des sus ramas interiores. Y mientras me balanceaba fuertemente, hasta casi hacer llegar las puntas de mis sandalias al copo de la higuera, fui olvidando, poco a poco, mi pelea en el patio de la escuela  con Vicente, el hijo de doña Pilar.

Continuará........

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