martes, 15 de marzo de 2016

LOS INMIGRANTES




Ya me lo repetía hasta la saciedad Lola, mi madre: ”Niño, tienes que espabilarte, sino serás un desgraciado como tus padres". Me lo decía en un tono de futuro, porque ella andaba preocupada de que sus hijos dejaran de ser  unos don nadie como ella.

Y es que  sabía lo que  quería para sus hijos : Que lucháramos de forma constante para ser alguien en la vida.
Lola, mi madre, estaba empeñada de que fuéramos  ingenieros, como el hijo de la señora Julia, la única catalana catalana del barrio. Y para conseguirlo deberíamos imitar su comportamiento: Estudiar mucho y jugar poco con los niños traviesos de la calle.

 Con tal de que Lola, mi madre, nos dejara tranquilos, mis hermanos y yo siempre le prometíamos que sí, que  a partir de mañana nos comportaríamos como  el hijo de Julia .
Pero nada, al día siguiente rompíamos lo pactado con mi madre y volvíamos a comportarnos como lo que éramos: Los hijo de Lola, la emigrante  andaluza. No teníamos remedio; habíamos nacido para ser unos don nadie y  nada , ni nadie, podía evitarlo.
Mis hermanos y yo  lo intentamos todo para ser algo en la vida, más que todo por contentar a Lola, nuestra madre. Y le hicimos caso, pero acudir a la escuela nocturna de oficios; la de los jesuitas del Clot , o la municipal de la calle Rogent, después de trabajar 8 o 10 horas en la fábrica, se hacía muy duro , por lo que ninguno de los hermanos terminaba el primer curso.

La fábrica era lo único que nos quedaba para llegar a ser alguien, eso sí a base de turnos de 12 y 14 horas , incluyendo sábados y algún domingo. . ,
Pero lo de llegar a ser ingeniero, como el hijo de la señora Julia, iba a ser tarea difícil, por no decir imposible.

 Si Lola, mi madre, aún viviera estaría orgullosa de sus hijos, aunque solo uno alcanzara el título de bachillerato. Porque vivieron de forma honrada y casi fueron  felices. Eso sí… estaría super orgullosa de sus nietos y nietas, algunos de los cuales llegaron a graduarse en la Universidad, como el hijo de la señora Julia, la única catalana de la calle Mozart. Pero eso estaba escrito en el destino y en las probabilidades matemáticas: Los descendientes de los emigrantes nativos, o inmigrantes, que nunca estoy seguro de cómo se debe decir, empiezan a levantar cabeza en la segunda o tercera generación. Y así ha sido  antes y también se repetirá la historia con los nouvinguts de todo el mundo mundial.
     

Pero muchos inmigrantes nativos, que ya tienen su vida resuelta y hasta la de sus nietos, suelen olvidarse  demasiado fácilmente de su pasado reciente. Porque no se entiende que, día si el otro también, tiendan a culpabilizar ,a los nouvinguts, de todos los males que está sufriendo el Estado Español, en lugar de señalar a los verdaderos culpables, que como es evidente son;  el gran capital mundial y los Estados Imperialistas que   
desestabilizan e intervienen en los países que quieren controlar política y militarmente.

Así que cuando me acuerdo de Lola, mi madre, no puedo dejar de traer a la memoria las miles de madres nouvingudas que salieron de la miseria de sus países, por la guerra  o por el hambre, que arriesgan sus vidas para conseguir que sus hijos o sus nietos lleguen a ser ingenieros, como el hijo de la señora Julia, la única catalana que vivía en la calle Mozart de Gramenet.    


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