El abuelo
Capitulo primero: La pelea
Capitulo primero: La pelea
Aquel día, 20 de
Noviembre de 1959, volvía a casa con el ojo rojo-morado. Eran las consecuencias
de la pelea en el patio de la escuela con Vicente,el hijo de doña Pilar. Y en
el largo trayecto que separaba mi casa de la escuela,para evitar preguntas de
las personas con las que me cruzaba, fui disimulando mi moratón de ojo con la
bufanda que recien me hizo la abuela Lola.
Conseguido el
primer objetivo de evitar las preguntas embarazosas de vecinos y amigos sobre
mi anomalía ocular, me quedaba la inevitable obligación de dar las
explicaciones correspondientes en la casa familiar. Para tejer una coartada
creible y así evitar las serias reprimendas de Caty,mi madre, tenía solo 20
minutos, los que separaban la puerta de
la escuela hasta el barrio de las casas nuevas donde viviamos mis padres y
abuelos maternos.
Caty, mi madre,
me había repetido hasta la saciedad que evitara las peleas en la escuela, pero
sobre todo hacía hincapie de que jamás lo hiciera con los hijos de los
señoritos del pueblo. Y siempre me sentenciaba -: Nunca te pelees con nadie,
pero con los señoritingos menos; porque pueden cabrearse y tomar represalias
con tu padre negándole el jornal en la viña.
Lo tenía muy mal
para engañar a mi madre, inevitablemente acabaría contándole la verdad. Por
otro lado si Vicente,el hijo de doña Pilar, les iba con el cuento de que
Fernando,el nieto del carbonero, había sido el que le había partido el labio y
desmontado dos dientes, de nada serviría mis cuentos de despiste.
Me quedaba un
centenar de metros para llegar a casa, la cabeza me iba a estallar y aún no
había encontrado la respuesta que me salvara de algo más que de una reprimenda.
¿De que me servia ser el primero de la clase si no era capaz de salir de este
atolladero?. Mil veces mil me arrepentí de haber caído en la provocación del
señoritingo Vicente, el hijo de doña Pilar. Debí girar la cabeza cuando me llamó rojo de mierda delante
de los demás compañeros de clase. ¿Porqué
diantres no supe mandarlo a tomar aire fresco, en lugar de golpearle con el
puño cerrado en la boca primero y en su barriga gorda después? .
Mientras doblaba
la ultima esquina, antes de coger la acera
del barrio de las casas nuevas camino de mi casa, todavía seguía sin
explicarme el porqué Vicente, el hijo de doña Pilar me había llamaba rojo de
mierda aquel 20 de Noviembre. Decenas de veces nos habíamos intercambiado
insultos, sobre todo cuando no aceptábamos perder en los juegos que practicábamos
en el patio de la escuela y nos acusábamos de realizar trampas ; todo acababa dándonos algún que
otro empujón y marchando cada uno por
otro sitio, pero jamás llegábamos a las manos.
A Caty, mi madre,
alguna vecina ya le debió advertí de que su hijo Fernandito regresaba de la
escuela con un ojo amoratado, ya que llevaba rato esperándome en el quicio de
la puerta de nuestra casa.
Mientras mi madre
retiraba de mi ojo inflamado la bufanda
que me regaló la abuela Lola, para observar el alcance real de la herida que me
provocó Vicente, el hijo de doña Pilar, ella murmullaba miles de palabras con
los labios cerrados, que me era imposible descifrar, pero que en mi imaginación
sabía lo que podían significar.
Cuando Caty, mi
madre, analizó la herida y dedujo que no perdería mi ojo derecho, enseguida
comprendí que llegaba el momento de la verdad: Tendría que decirle quien me
había puesto el ojo a la virulé y los motivos por los cuales llevaba cinco
peleas en cinco días .
Aguanté el primer
interrogatorio de mi madre sin decir ni mu durante tres eternos minutos , porque sabía que en cuanto dijera
que la pelea había sido contra Vicente, el hijo de doña Pilar, y que además le
había roto el labio y dos dientes; los gritos de mi madre se escucharían en el
cerro de San Cristobal .
Caty,mi madre, como no conseguía hacerme hablar y yo mantenía la cabeza
gacha como si observara las punteras de mis sandalias, enderezó de forma brusca
mi cuello, al instante que clavó sus ojos en el mío sano y me amenazó - :¡ O
me dices quien te ha hecho este chichón
en el ojo, o te encierro en el cuarto de las ratas una semana!.
El cuarto de las ratas o era la
habitación abuhardillada donde iban a parar todos los trastos viejos que mi
padre se negaba quemar para las fiestas de las candelaria. Mis otros tres
hermanos y yo jamás habíamos traspasado su puerta de entrada, Debido a que por
las noches se escuchaban ruidos muy raros. Mi abuelo Frasco decía -creo que para asustarnos cuando no le
hacíamos caso-, que allí arriba en la habitación de los trastos estaban los
espíritus de nuestros antepasados. Y siempre nos decía que si éramos malos
niños esos espíritus bajarían y nos llevarían con ellos.
Con el miedo metido en el cuerpo, por la amenaza de mi
madre de encerrarme en el cuarto de las ratas, al que yo le tenía pánico, no
tuve más remedio que empezar a balbucear
alguna palabra. Comencé a decirle que la herida del ojo me la hice con una
rama rota de la moreda que hay en
el patio de la escuela, cuando corríamos al derredor de ella. –¡Mentira!- , me
gritaba madre. –O me dices la verdad o te llevo para arriba y, encima, te
aumento el castigo: Haré trizas la
pelota del futbol.
No podía resistir más, o le
contaba la verdad; o mi madre me seguiría aumentando el número de castigos.
-Madre te contaré la verdad si me quitas todos los castigos ¿vale?-le rogué -.- Quiero que sepas que esta
mañana he peleado en el patio de la escuela con Vicente, el hijo de doña Pilar; porque me llamó rojo delante de todos los niños, y era la quinta vez que me lo
llamaba. Y no solo eso madre, sino que también
vociferó que el abuelo Frasco estuvo en la cárcel por rojo y que si no
lo mataron fue porque su abuelo, don Eduardo, como era falangista le salvó la
vida. Por eso me he liado a puñetazos con él, Y quiero que sepas que le partí
el labio y le he echado abajo un par de dientes. Y si no te he dicho antes la
verdad es porque sé que mi acción no traerá nada bueno para padre, ni tampoco
para el abuelo Frasco. Perdóname madre, te prometo que no lo volveré a pelearme
con nadie, nunca más, y menos con Vicente el hijo de doña Pilar. –-Todo eso le
confesé a mi madre entre gemidos y lagrimones que se me filtraban por las
fisuras de los labios.
Mi madre, en contra de lo que yo
esperaba, dejó de mirarme como a un niño malo y me abrazó fuertemente. Reposó, fuertemente, mi
cabeza en su pecho, lo que me permitió oir los latidos de su corazón; limpios
y más rápidos de lo normal. Sonaban como los míos; cuando finalizaba la apuesta
con mi amigo Pedrin, por ver quien llegaba antes al portal de la casa
de Fernando, que vivía al final de la calle.
Mi madre no pronunció ninguna palabra; ni para levantarme los castigos
puestos ,ni para recriminarme que le
hubiera roto la boca a Vicente, el hijo
de doña Pilar. Se puso triste, demasiado, y solo pude escuchar a medias las
siguientes palabras: Esta gentuza ..¿cuando nos dejaran en paz ¿.
Desconcertado por el cambio de actitud de mi madre, me
adentré al fondo de largo patio de la casa, donde estaba la higuera . Me senté en el columpio de soga que nuestro
padre nos hizo a los tres hermanos y el
cual pendía de una des sus ramas interiores. Y mientras me balanceaba
fuertemente, hasta casi hacer llegar las puntas de mis sandalias al copo de la
higuera, fui olvidando, poco a poco, mi pelea en el patio de la escuela con Vicente, el hijo de doña Pilar.
Continuará........
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